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¿Bruselas? No ¿Washington? Tampoco ¿Moscú? Menos todavía

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Vladimir Putín junto a Angela Merkel. Intereses no tan diferentes /Fabrizio Bensch

Vladimir Putín junto a Angela Merkel. Intereses no tan diferentes / Fabrizio Bensch.

Las fórmulas binarias simplifican la comprensión de la realidad social. Pero, ante fenómenos complejos, ese esfuerzo simplificador conduce a lecturas y, peor aún, conclusiones sesgadas y muchas veces fatales.

¿A quién debemos apoyar en el rompecabezas de Ucrania? Después de tres meses en las plazas y forzar la salida del gobierno de Yanukóvich, las masas han dejado de ocupar portadas y su lugar lo han tomado Occidente y Rusia, que rivalizan por la influencia en ese país frontera. Una nueva edición del choque de imperialismos de la Guerra Fría, cuando el capitalismo de estado de la URSS se oponía al capitalismo de mercado en nombre de un socialismo realmente no existente.

La izquierda que defiende que el socialismo de la URSS tenía algo de real es la que hoy encuentra razones para justificar la intervención militar rusa en Crimea. “Las razones para esta actitud son, por orden ascendente de respetabilidad, nostalgia estalinista, exageración del papel de la extrema derecha en el movimiento anti-Yanukóvich, y la búsqueda de un contrapeso al poder norteamericano”, señala Alex Callinicos, profesor de teoría política en el King’s College de Londres.

A esa izquierda pretendidamente marxista que guiña el ojo a Putin, deberíamos preguntarle cómo concilia esa postura con la defensa del derecho de autodeterminación. “Si defienden la (extremadamente dudosa) reivindicación de Crimea de separarse de Ucrania, ¿dónde se posicionan en la larga lucha de Chechenia por la independencia de Rusia, brutalmente reprimida por Putin? ¿Y qué dirán si las fuerzas rusas se mueven hacia el este de Ucrania y se ven inmersas en el aplastamiento de la insurrección nacionalista que seguramente provocarían?” afirma Callinicos.

Es esta misma lógica binaria la que lleva a cierta izquierda a ver aliados en dictadores como el difunto Gadafi en Libia o Al-Assad en Siria, como parte de una “gran familia antiimperialista”. Para esta izquierda, la política interior de cada país parece no importar cuando de lo que se trata es de debilitar la hegemonía del imperialismo yanqui. Por desgracia, este es el caso del chavismo en Venezuela, que por lo demás merece mayormente nuestro apoyo.

Austeridad y neoliberalismo

Elegir entre Washington o Moscú es como elegir entre un cáncer de pulmón o de hígado. Que ningún organismo occidental ni el gobierno de Rusia traerán mayor prosperidad al pueblo ucraniano es algo que ya estamos comprobando –una vez más. El nuevo gobierno provisional (hasta las elecciones del 25 de mayo) ya ha convertido en proyecto de ley un “rescate” del FMI a la maltrecha economía ucraniana de cerca de 20.000 millones de euros a cambio de austeridad, comenzando por el despido del 10% del personal de la administración pública y otro 20% más adelante.

La población de Ucrania ya sabe por experiencia qué puede esperar del FMI. Tras la declaración de independencia en 1991, la “terapia de choque” a la que se sometió el país llevó a una caída del PIB del 60% entre 1992 y 1995. 

Con el estallido de la crisis de la economía mundial, el PIB se volvió a desplomar un 18% en 2009, la industria se vino abajo y la moneda nacional, el hrywnja, se devaluó fuertemente. Si a ello sumamos el fraude fiscal generalizado, tenemos la explicación del fuerte aumento de la deuda pública en los últimos años, pasando del 12% en 2007  al 40% en 2013.

Porque en Ucrania, los ricos –aquellos que, según la revista Forbes, acumulan entre 100 personas el 37,5% del PIB– apenas tributan. Estas son las oligarquías que desde 1990 han amasado grandes fortunas gracias a sus fuertes conexiones con el estado, imponiendo un sistema tributario muy laxo que les permite pagar muy pocos impuestos y domiciliar sus empresas en paraísos fiscales. Cuando se trata de defender sus intereses comunes contra la mayoría de la población, las diferentes fracciones de la oligarquía (una pro-rusa y otra pro-occidental), generalmente enfrentadas en su disputa por la influencia sobre la política, van a una.

Estas son las responsables de que Ucrania tenga actualmente unos estándares de vida tan bajos, inferiores a los de otros países de Europa del Este. El salario medio es de 300 euros al mes (tres veces menos que en Polonia), y el mínimo es de 110 euros. El hecho de que ni EEUU, ni la UE ni Rusia hayan presionado para desbancar a la oligarquía ucraniana ya es suficientemente indicativo de que no están por cambiar el status quo del país.

En lugar de ello, solo ofrecen préstamos a cambio de austeridad y cesión de soberanía. Cada vez más ucranianos y ucranianas se verán empujadas a la pobreza, conforme desaparezcan las subvenciones estatales a la energía y al alquiler de viviendas. Rusia está apretando la llave del gas tras doblar su precio en abril, y aumenta el temor de nuevos cortes de suministro, como en 2006 y 2009 –no en vano, Ucrania importa el 60% de gas de Rusia. Esta medida se enmarca en las presiones económicas de Moscú contra un gobierno que le es desfavorable, en contraste con los descuentos al gas ofrecidos al gobierno del pro-ruso Yanukóvich con el movimiento Maidán ya en las calles.

Unión Europea y crisis en la eurozona

Ante la miseria que vive la mayoría de la población, no es de extrañar que buena parte de las personas que se lanzaron a las calles contra Yanukóvich vean la pertenencia a la UE como, al menos, un mal menor frente a la corrupción del gobierno y la oligarquía. Esto es porque, pese a la crisis en la eurozona, la UE es capaz todavía de proyectar una cierta imagen de paz, prosperidad y defensa de los derechos humanos. Pero este mito se desmonta si vemos que la UE tiene el doble de tropas y un gasto militar tres veces superior al de Rusia; que es uno de los principales fabricantes y exportadores de armas a nivel mundial (con un valor de casi 40.000 millones de euros en 2012), incluyendo a países con regímenes dictatoriales como los de la península arábiga;  y que muchos de sus países participaron en las guerras de Iraq y Afganistán.

Si, a pesar de todo, la UE puede hacer gala de un “poder normativo” en política exterior frente a los imperialismos de EEUU y Rusia, es porque puede apoyarse en el poderío militar estadounidense. Pero ni siquiera está en condiciones de afrontar el conflicto de Ucrania en sus términos preferidos: diplomacia y comercio. La imposición de austeridad a la periferia de la eurozona hace imposible a Bruselas intervenir económicamente en Ucrania. Y, si dicha intervención llegara a producirse, sabemos ya que la espiral de recortes a la griega a la que se vería sometida Ucrania en nada se diferenciaría de las recetas del FMI.

Resumiendo: ¿Bruselas? No. ¿Washington? Tampoco. ¿Moscú? Menos todavía. ¿Entonces? La respuesta es clara: solo podemos apoyar al pueblo ucraniano y a todas aquellas personas que luchan por su liberación. O, por ponerlo en forma de consigna: Ni Washington, ni Moscú, ni Bruselas: socialismo internacional.

 


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